martes, 9 de marzo de 2010

POSTALES

del ascenso, la gloria y el ocaso del Club
Por Leonardo Sciagosicci
Cuarta Entrega:
1- Introducción
2- Most Wanted
3- Proveedores Ímprobos
4- Elenco
1.. Para esta cuarta entrega vamos a romper el molde de marcar en cada postal un período. Esta vez cada postal funciona a manera de mini-sección que puede volver a aparecer más adelante si vuelve este formato. La primera hace referencia a personajes nefastos de los que se sospechaba robaban en los locales o que efectivamente fueron descubiertos con las manos en la masa. La segunda sección de hoy, es una contra-cara de la primera; va a presentar a personajes infaustos que hicieron del arte de chorear un trabajo y establecieron algún tipo de relación con el Club por la cual en lugar de “Buscados” se convirtieron en “Dealers”. La última postal visitará algún momento de alguno de los locales para presentar a personajes que serán protagonistas –o no- de futuras postales, pero que quienes frecuentaban los establecimientos recordarán. O no.
2.. El más misterioso –y exitoso- de todos los ladris que entraron a local alguno a afanar es sin dudas aquel que nunca fue capturado, y a quien jamás se le pudo probar ninguno de sus delitos. Este “lauro” es claramente para un joven morocho apodado internamente “el Ninja”. Silencioso pero letal, este “cliente” fue detectado por primera vez en actitudes sospechosas ya desde los primeros días del primigenio local de Montevideo. Siempre enfundado en abrigos grandes, este personajes exploraba el sitio tranquilo, fisgoneaba bateas, a veces algo compraba, pero era sospechoso. Su andar, sus movimientos, su actitud... Hasta que un día, un inocente niño se acerca al mostrador y le dice a Gustavo: “Señor, aquel hombre se metió un libro adentro de la ropa”. Listo. Con mucha diplomacia Gus se acercó al Ninja y le pidió que se abriera el abrigo, que le mostrara el contenido de los bolsillos, pero nada. Si efectivamente se había choreado un libro, este había desaparecido como -paradójicamente- la posibilidad de que fuese un inocente cliente. Gustavo le tuvo que pedir perdón, y de ahí en más los radares estuvieron alertas y todos los ojos atentos a sus movimientos, pero nunca nadie pudo probar que el Ninja robara en los locales. Visitaba el de Santa Fe y el Cabeza se ponía de la gorra porque estaba seguro de que iba a afanar, pero nunca pudo ver qué o cómo hacía desaparecer. En Lavalle, una tarde en que el Ninja había estado revolviendo bateas durante horas con todos los ojos encima, al momento de irse sin comprar nada se cruzó en la puerta con un matrimonio que entraba. En ese instante la alarma se disparó, algo hacía sonar el sistema, pero el matrimonio sorprendido se quedó paralizado tapando la puerta y para cuando Dani salió a perseguir al sospechoso para que volviera, el Ninja ya se había perdido entre la marea de peatones que empujaba por Lavalle. Nuestro astuto ‘amigo’ podría haber robado, pero no olvidemos que ese sistema podía dispararse cuando alguien entraba con un desodorante en la cartera, con un libro comprado en otro local o una placa de metal en el cráneo, por ejemplo. Todos sospechaban de él, de hecho, todos sabían que el Ninja afanaba, pero a pesar de ser siempre el más vigilado de los ‘clientes’ nunca nadie lo pudo agarrar con las manos en la masa. Alguno de ustedes quizá se pregunta “¿Y si de verdad nunca se afanó nada?”, pero también hay gente que se lo pregunta de algunos de nuestros ex presidentes...
3.. Imagínense una especie de Dani the O pero más grandote, bronceado y pasado de frula. Ese era Lucas. Y con él empezó todo. Apareció un día por el Club de Montevideo con cierta mercadería, la ofreció muy barata –demasiado barata- y se fue lo más contento. Siguió apareciendo esporádicamente, cada vez con mercadería más extraña. Primero habían sido revistas de cómics, después muñecos, libros... en un primer momento Gustavo le compraba la merca para el local, pero más adelante, ante las ofertas y la desesperación de Lucas, algunos de los dueños -y hasta los empleados- comenzaron a comprarle piezas de computadoras, CDs de música, lo que pintara. Era más que evidente que el joven pelilargo no pagaba por el material que traía, y por ende, cualquier plata que le dieran para él era negocio. Para el Club también. No se hacían preguntas; se aceptaba el precio –o se regateaba un poco- y se le compraba la oferta. A veces, engolosinado, Lucas aparecía dos veces en el mismo día. Otras pocas, apareció cagado a piñas... riesgos del oficio. Lucas prefería tratar con José Antonio, a quien cualquier cosa barata le venía bien y peleaba menos los precios que Tony o Gustavo. Más adelante, Lucas le habilitaría su cliente a su socio de fechorías –que por ahora nombraremos solamente como “Bishop”. El sistema con él ya fue diferente, más ‘pro’, y hasta relegó a Lucas a un segundo plano. Pero como siempre tenía efectivo, no le faltaba ‘entretenimiento’ y una lluviosa tarde de invierno –según contó después Bishop-, nuestro personaje recorría la ciudad en una moto, apenas un scooter. Pero un colectivero no lo vio, o su cerebro no pudo procesar a tiempo la información y moto y proveedor terminaron destrozados. Tras una corta estancia en un hospital, Lucas pasó al Más Allá. Un oscuro personaje que empezó a leer historietas porque las tenía encima para negociar, se convirtió en un abastecedor y hasta llegó a hacerse querer en el Club. Por supuesto, en otras comiquerías, librerías, disquerías, casas de computación y afines todavía lo deben estar puteando.
4.. Cuando abre el Club de Santa Fe, se conforma un elenco heterogéneo y extraño con Rafa como el ‘dueño supervisor’. A la cabeza arranca como encargado, el primer empleado de esta nueva etapa del Club, quien viniera desde el local negro de la galería, el Cabeza García. Duro de pelar y amargo como Terma sabor cardo, el Cabeza era amigo de Rafa pero no había experimentado en el cómic hasta que no entrara a trabajar para los chicos unos años atrás. Extrañamente, sus gustos se fueron arruinando con el correr de la década del `90, y de Fito Páez y García Márquez, terminó suscripto a Lobo y Preacher. El contacto con el público le era detestable, pero mantenía el local andando y a los empleados en ese equilibrio de contentos pero al borde de ser puteados. Cuando el Cabeza terminaba su turno de la mañana, tomaba cierto control uno de los dueños minoritarios, el Negro Mario. Instaurador de frases como “Tenemos lo nuevo de Manara” para avisar cada vez que entraba una mina que estaba buena (sí, al Club de Santa Fe entraban mujeres!), el Negro –aunque no era del palo del cómic- era todo sonrisa, salía al ruedo a vender hasta lo invendible y exploraba con cuanta historieta en español le recomendaran. Su favorito: el Corto Maltés.
Los empleados iniciales fueron dos: el Kru, a la mañana, y Trapito, por la tarde. El Kru era un demencialmente excéntrico estudiante de Bellas Artes –compañero de Tony-, que detestaba los cómics y apenas muchos años después empezó a darse cuenta de que dentro de las páginas de un cómic se podía encontrar monstruos como Dave McKean, Bill Sienkiewicz y otros artistas del carajo. Su fuerte era armar la vidriera, decorar, pero odiaba a los comiqueros –principalmente a los adolescentes- y atender le significaba un dolor de huevos. Pueden imaginase entrar a la mañana a este local y ver que atendían el Kru y el Cabeza, y es fácil saber con qué idea se iban los comiqueros de ahí. Por la tarde con Mario estaba Trapito. Este clon del espantapájaros de García Ferré era un adolescente cebado con los superhéroes por Dreams, que se fue haciendo amigo como cliente en las primeras épocas de los locales de la galería, trabajó en el Parque para José Antonio y tuvo su oportunidad en el ‘mega-local’. Con Marito, un vendedor nato con poco de cómics y Trapo piloteándola, las tardes en Santa Fe eran al menos muy divertidas hasta para el público. Este era -al menos de lunes a viernes- el elenco inicial del Club de Santa Fe.
***
Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Leo Sciagosicci
sobre una idea de D. Accorsi

1 comentario:

RESONATOR dijo...

Hola, son muy entretenidas las anécdotas. Un viaje en el tiempo! que personajes... el Ninja! Ja! Es mitológico todo esto. Sigan así! Saludos.