miércoles, 31 de marzo de 2010

POSTALES

del ascenso, la gloria y el ocaso del Club

Por Leonardo Sciagosicci
Quinta Entrega:
1- Introducción
2- Geografía del Misterio
3- Lo nuevo de Manara
4- La pregunta del millón

1.. Bienvenidos una vez más al formato tradicional de esta columna de cuentos ficticios, de tierras paralelas, realidades alternativas y narraciones extraordinarias. Súbanse al Cronomaster y sumérjanse en una historia que nunca ocurrió pero muchos recuerdan.

2.. Callao casi Sarmiento. Es un edificio antiguo pero no viejo. Es uno de esos edificios tristes y parsimoniosos, de esos que si uno no busca, jamás encuentra. No llaman la atención, no sobresalen, ni siquiera sobran, apenas se funden con las construcciones de alrededor y pasan desapercibidos. A pesar de los mármoles de su interior, del escaso bronce lustrado y la imponente vitrina con los nombres de las empresas que ocupan sus oficinas –armados letra a letra-, uno se mete. Al fondo hay un escritorio de madera, a veces con un viejito con cara de pocos amigos y menos ganas de trabajar que un sindicalista en enero. Uno amaga un gesto para saludarlo, por las dudas nos interrogue sobre nuestro destino, pero a fines de los ‘80s, todavía a nadie le importa quién entra a qué oficina, y no nos piden documentos, ni scanners de retina, ni análisis de sangre. El viejito sigue adormilado, haciendo acto de presencia; alguna mañana especial, quizá está lustrando los pasamanos de bronce o las manijas, una vez barrió la vereda.
Vamos al segundo piso y como no terminamos de entender la disposición de las oficinas y los escalones asustan, preferimos jugarnos la vida y apostar porque ese ascensor claustrofóbico del tiempo de Otis no va a caerse justo ahora. Rezamos porque nadie quiera subir con nosotros y apretamos el número 2. Tras un sacudón inicial y uno final, llegamos a un recibidor de 3 por 1 con un par de puertas y algunas ramificaciones por vericuetos y laberínticos pasillos. Por suerte, si no vamos a la Asociación Argentina de Amigos del Tenis o algo así, nuestra opción es una puerta a la derecha, que se asemeja a la de los detectives privados en las películas clásicas. Tal vez tenga el nombre del local pintado en el vidrio, o un papel cerca de la manija, no importa. Las voces me guían. Sin dudas es acá. Risas, ‘boludos’, voces que hablan fuerte sobre temas que sólo unos pocos iniciados pueden entender. Somos de uno esos. Abrimos la pequeña puerta y el claustrofóbico ascensor parece la llanura pampeana al lado de esta ‘oficina’. Las paredes se nos vienen encima, pero por suerte, están llenas de cómics. Imaginen una habitación de 2 x 2 partida al medio con una pared forrada de piso a techo con cómics. Del lado que el público no puede acceder hay decenas de estantes con toda la merca ordenada para alquilar; es la Biblioteca que se niega a desparecer, relegada por la venta. Es evidente que el público prefiere leer sus propias revistas, o la posibilidad de poseer aquellos cómics que leyeron y les gustaron. Bueno, el material que está a la vista en ese muro avasallador está a la venta. Mejicanas, brasileras, americanas y españolas, cientos de personajes saltan a tus ojos. Querés avanzar sin dejar de mirar ese calidoscopio de súper-seres y mujeres pechugonas, pero en el poco espacio de oficina abierta al público, hay un sillón demasiado grande desde donde otros comiqueros siguen su animada charla con la personas que ‘atiende’ el ‘local’. Es Shotaro, sentado al fondo en un escritorio tapizado de revistas que, amablemente tratará de asociarnos a la biblioteca -repitiendo un discurso que se nota sabe de memoria y ya lo tiene harto- o de vendernos cualquier cosa que José Antonio haya encontrado en oferta y ha comprado por kilo para el local. Le pedimos lo que queremos, y probablemente no lo tiene o lo tiene alquilado, pero la charla es tan interesante que no podemos irnos. Hasta metemos un bocadillo. Entendemos los chistes y compartimos opiniones con esos otros cebados que no se sabe por qué están ahí dentro hacinados. Anécdota va, crítica viene, accedemos a hojear una revista de un autor del que hablan maravillas y al cabo de unas horas muy amenas, emprendes el regreso por el pasillo mal iluminado, el ascensor escabroso, el viejo impertérrito, el edificio serio y aburrido y te encontrás en Callao y Corrientes hojeando tu nueva revista que te deja culo para arriba. Y sabés que la semana que viene vas a volver a la oficina del Club.

3.. Al local de Santa Fe entraba mucho público casual, no específico, transeúntes, peatones de la avenida, gente normal que pasea y mira. Y eso, se traducía entre muchos otros fenómenos en mujeres. Chicas, personas de sexo femenino que no hubiesen entrado a ninguno de los otros locales del Club si no era a punta de pistola, entraban a Santa Fe con una sonrisa, descubriendo productos extraños, seres mediáticos en merchandising impensable o se les generaba una sinapsis que unía ‘material a la venta’ con ‘persona conocida’ y terminaban comprando un póster para el cuñado, un pin para la primita o un muñeco para el ahijado. ¿Historietas? Mafalda, de vez en cuando, pero las historietas eran filtradas y ninguneadas en el 95% de los casos de este género de clientes. De niñas impúberes a viejas chetas (y chotas), pasando por guarras de secundario privado en jumper y novias abrazadas a sus parejas, señoras mamás que seguían siendo ‘mamitas’, y veteranas que rajaban la tierra, toda la fauna femenina desfilaba por Santa Fe. Ese era el principal motivo del Negro Mario para estar siempre en el mostrador de adelante. Era más trabajo, sí, seguro, había que atender a cientos de personas por hora, a docenas de adolescentes subnormales en busca de excéntricos productos -a veces inexistentes-, pero tenía su compensación: no parabas de ver minas. Cuando entraba una, Mario saltaba del mostrador y -servilleta al cuello- salía al ruedo a brindar una atención especializada como si hubiese entrado Stan Lee o Mick Jagger o Maradona. La clave para avisarle a los demás empleados que ocupaban los puestos del fondo, o que realizaban alguna actividad escondidos en los sectores restringidos al público, era una frase de Mario que pasó a la inmortalidad y a los otros locales: “¿Tenemos lo nuevo de Manara?” o simplificada con el tiempo “Llegó lo nuevo de Manara”. Así, los buitres jeropas se asomaban a ver la calidad de la fémina que había ingresado al local y se relamían con el espectáculo -énfasis en las últimas dos sílabas. Débora de Corral, Dolores Barreiro y miles de mujeres desconocidas sacudieron al local con su presencia y fueron catalogadas como ‘lo nuevo de Manara’. Pero claro, en un local de cómics, referencias comiqueras no podían ser un secreto. Cierta vez ingresó una pareja de novios, ella extremadamente hermosa, mironeando por entre las bateas y los muñecos cerca del mostrador y el Negro dio la alerta. “Che, entró lo nuevo de Manara”... a lo que el fornido novio que andaba por ahí saltó de inmediato. “¿Qué te pasa con mi novia a vos, pelotudo?”. El muchacho, que entendía de cómics –o al menos había leído varios cómics de Manara,- estaba enfurecido, ante la sorpresa de Mario que trataba inútilmente de excusarse. El código había sido descifrado y el enemigo quería destruir al agente secreto que pasaba la información en clave. Afortunadamente el incidente fue aislado y no pasó a mayores. De hecho, se dice que ella volvió después a comprar unos libros de Manara...

4.. Vamos a volver un poco sobre el tema ‘causas de la debacle’ en parte para tratar de responderle a un lector que muy certeramente se cuestiona la caída y entre muchas preguntas se hace la siguiente: “¿No vendían bien?”. La respuesta, estimado coadjutor, es “Sí, claro que sí vendían bien”. A lo que ustedes me dirán ¿cómo es posible que un local que vende bien se funda? Bueno, eso requiere una zambullida en lo profundo del funcionamiento de la “empresa” y vamos a descubrir que con vender bien, no basta. Un local funciona bien cuando las cuentas Vendo-Compro= Retiro Ganancia se mantiene a rajatabla. Es decir, que con lo que se gana de las ventas se compra nuevo material, que genera nueva ganancia y lo que no se reinvierte en más merca o publicidad, ni se usa para gastos fijos (impuestos, sueldos, alquileres), eso, se reparte como Ganancia. Ahora cuando se modifica a Vendo-Retiro= Después vemos, el resultado es un montón de proveedores enojados reclamando pagos o no envían más mercadería, que, un par de veces se pueden bicicletear, pero cuando deja de llegar merca nueva-buena, el factor Vendo se achica, el Compro (pagando posta, no con promesas y cheques voladores) se hace más difícil y si el Retiro se mantiene descontrolado, es como amontonar pólvora en la Asociación de Fumadores con Parkinson. En algún momento, todo te va a volar por el aire. Este puede ser otro de los tantos factores que contribuyeron a la autodestrucción del Monstruo. Espero haber aclarado un poco más sus dudas estimado “No quiero que aparezca mi nombre, gracias”.

***
Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Leo Sciagosicci
sobre una idea de D. Accorsi

viernes, 26 de marzo de 2010

Salió la Komikku!

Ya está disponible en las mejores comiquerías y en kioscos de revistas de Capital y Gran Buenos Aires una nueva edición de Komikku, la hermana oriental de Comiqueando.
Para fines de Abril estamos preparando una nueva Comiqueando de 96 páginas.

jueves, 11 de marzo de 2010

ROBIN WOOD PRESENTA 1811 EN BUENOS AIRES


1811 es una historieta histórica, que narra nada menos que la gesta revolucionaria que concluyó con la independencia de la hermana República del Paraguay. Recientemente editada en el país vecino, contó con un prólogo del Presidente Fernando Lugo y de una distribución masiva a través del diario ABC Color.
Ahora el libro comienza a distribuirse también en Argentina y, para festejarlo, el guionista Robin Wood y el dibujante Roberto Goiriz se presentarán en el Salón Poeta Elvio Romero de la Embajada de Paraguay en Buenos Aires (Av. Las Heras 2545), el jueves 25 de marzo a las 19 hs., con entrada libre y gratuita.
Los autores disertarán acerca del libro, responderán las preguntas del público y firmarán ejemplares.
Además, la Embajada de Paraguay exhibirá reproducciones a todo color de las planchas originales de Roberto Goiriz en una muestra que se podrá visitar hasta el día 30 de mayo en el horario de 10 a 15 horas.
Desde aquí, la invitación para que los fans de Robin Wood acompañen al legendario creador de Nippur, Dago, Savarese, Pepe Sánchez y tantos otros clásicos, en esta nueva aventura de vital importancia para la historieta latinoamericana.
Los esperamos!

martes, 9 de marzo de 2010

POSTALES

del ascenso, la gloria y el ocaso del Club
Por Leonardo Sciagosicci
Cuarta Entrega:
1- Introducción
2- Most Wanted
3- Proveedores Ímprobos
4- Elenco
1.. Para esta cuarta entrega vamos a romper el molde de marcar en cada postal un período. Esta vez cada postal funciona a manera de mini-sección que puede volver a aparecer más adelante si vuelve este formato. La primera hace referencia a personajes nefastos de los que se sospechaba robaban en los locales o que efectivamente fueron descubiertos con las manos en la masa. La segunda sección de hoy, es una contra-cara de la primera; va a presentar a personajes infaustos que hicieron del arte de chorear un trabajo y establecieron algún tipo de relación con el Club por la cual en lugar de “Buscados” se convirtieron en “Dealers”. La última postal visitará algún momento de alguno de los locales para presentar a personajes que serán protagonistas –o no- de futuras postales, pero que quienes frecuentaban los establecimientos recordarán. O no.
2.. El más misterioso –y exitoso- de todos los ladris que entraron a local alguno a afanar es sin dudas aquel que nunca fue capturado, y a quien jamás se le pudo probar ninguno de sus delitos. Este “lauro” es claramente para un joven morocho apodado internamente “el Ninja”. Silencioso pero letal, este “cliente” fue detectado por primera vez en actitudes sospechosas ya desde los primeros días del primigenio local de Montevideo. Siempre enfundado en abrigos grandes, este personajes exploraba el sitio tranquilo, fisgoneaba bateas, a veces algo compraba, pero era sospechoso. Su andar, sus movimientos, su actitud... Hasta que un día, un inocente niño se acerca al mostrador y le dice a Gustavo: “Señor, aquel hombre se metió un libro adentro de la ropa”. Listo. Con mucha diplomacia Gus se acercó al Ninja y le pidió que se abriera el abrigo, que le mostrara el contenido de los bolsillos, pero nada. Si efectivamente se había choreado un libro, este había desaparecido como -paradójicamente- la posibilidad de que fuese un inocente cliente. Gustavo le tuvo que pedir perdón, y de ahí en más los radares estuvieron alertas y todos los ojos atentos a sus movimientos, pero nunca nadie pudo probar que el Ninja robara en los locales. Visitaba el de Santa Fe y el Cabeza se ponía de la gorra porque estaba seguro de que iba a afanar, pero nunca pudo ver qué o cómo hacía desaparecer. En Lavalle, una tarde en que el Ninja había estado revolviendo bateas durante horas con todos los ojos encima, al momento de irse sin comprar nada se cruzó en la puerta con un matrimonio que entraba. En ese instante la alarma se disparó, algo hacía sonar el sistema, pero el matrimonio sorprendido se quedó paralizado tapando la puerta y para cuando Dani salió a perseguir al sospechoso para que volviera, el Ninja ya se había perdido entre la marea de peatones que empujaba por Lavalle. Nuestro astuto ‘amigo’ podría haber robado, pero no olvidemos que ese sistema podía dispararse cuando alguien entraba con un desodorante en la cartera, con un libro comprado en otro local o una placa de metal en el cráneo, por ejemplo. Todos sospechaban de él, de hecho, todos sabían que el Ninja afanaba, pero a pesar de ser siempre el más vigilado de los ‘clientes’ nunca nadie lo pudo agarrar con las manos en la masa. Alguno de ustedes quizá se pregunta “¿Y si de verdad nunca se afanó nada?”, pero también hay gente que se lo pregunta de algunos de nuestros ex presidentes...
3.. Imagínense una especie de Dani the O pero más grandote, bronceado y pasado de frula. Ese era Lucas. Y con él empezó todo. Apareció un día por el Club de Montevideo con cierta mercadería, la ofreció muy barata –demasiado barata- y se fue lo más contento. Siguió apareciendo esporádicamente, cada vez con mercadería más extraña. Primero habían sido revistas de cómics, después muñecos, libros... en un primer momento Gustavo le compraba la merca para el local, pero más adelante, ante las ofertas y la desesperación de Lucas, algunos de los dueños -y hasta los empleados- comenzaron a comprarle piezas de computadoras, CDs de música, lo que pintara. Era más que evidente que el joven pelilargo no pagaba por el material que traía, y por ende, cualquier plata que le dieran para él era negocio. Para el Club también. No se hacían preguntas; se aceptaba el precio –o se regateaba un poco- y se le compraba la oferta. A veces, engolosinado, Lucas aparecía dos veces en el mismo día. Otras pocas, apareció cagado a piñas... riesgos del oficio. Lucas prefería tratar con José Antonio, a quien cualquier cosa barata le venía bien y peleaba menos los precios que Tony o Gustavo. Más adelante, Lucas le habilitaría su cliente a su socio de fechorías –que por ahora nombraremos solamente como “Bishop”. El sistema con él ya fue diferente, más ‘pro’, y hasta relegó a Lucas a un segundo plano. Pero como siempre tenía efectivo, no le faltaba ‘entretenimiento’ y una lluviosa tarde de invierno –según contó después Bishop-, nuestro personaje recorría la ciudad en una moto, apenas un scooter. Pero un colectivero no lo vio, o su cerebro no pudo procesar a tiempo la información y moto y proveedor terminaron destrozados. Tras una corta estancia en un hospital, Lucas pasó al Más Allá. Un oscuro personaje que empezó a leer historietas porque las tenía encima para negociar, se convirtió en un abastecedor y hasta llegó a hacerse querer en el Club. Por supuesto, en otras comiquerías, librerías, disquerías, casas de computación y afines todavía lo deben estar puteando.
4.. Cuando abre el Club de Santa Fe, se conforma un elenco heterogéneo y extraño con Rafa como el ‘dueño supervisor’. A la cabeza arranca como encargado, el primer empleado de esta nueva etapa del Club, quien viniera desde el local negro de la galería, el Cabeza García. Duro de pelar y amargo como Terma sabor cardo, el Cabeza era amigo de Rafa pero no había experimentado en el cómic hasta que no entrara a trabajar para los chicos unos años atrás. Extrañamente, sus gustos se fueron arruinando con el correr de la década del `90, y de Fito Páez y García Márquez, terminó suscripto a Lobo y Preacher. El contacto con el público le era detestable, pero mantenía el local andando y a los empleados en ese equilibrio de contentos pero al borde de ser puteados. Cuando el Cabeza terminaba su turno de la mañana, tomaba cierto control uno de los dueños minoritarios, el Negro Mario. Instaurador de frases como “Tenemos lo nuevo de Manara” para avisar cada vez que entraba una mina que estaba buena (sí, al Club de Santa Fe entraban mujeres!), el Negro –aunque no era del palo del cómic- era todo sonrisa, salía al ruedo a vender hasta lo invendible y exploraba con cuanta historieta en español le recomendaran. Su favorito: el Corto Maltés.
Los empleados iniciales fueron dos: el Kru, a la mañana, y Trapito, por la tarde. El Kru era un demencialmente excéntrico estudiante de Bellas Artes –compañero de Tony-, que detestaba los cómics y apenas muchos años después empezó a darse cuenta de que dentro de las páginas de un cómic se podía encontrar monstruos como Dave McKean, Bill Sienkiewicz y otros artistas del carajo. Su fuerte era armar la vidriera, decorar, pero odiaba a los comiqueros –principalmente a los adolescentes- y atender le significaba un dolor de huevos. Pueden imaginase entrar a la mañana a este local y ver que atendían el Kru y el Cabeza, y es fácil saber con qué idea se iban los comiqueros de ahí. Por la tarde con Mario estaba Trapito. Este clon del espantapájaros de García Ferré era un adolescente cebado con los superhéroes por Dreams, que se fue haciendo amigo como cliente en las primeras épocas de los locales de la galería, trabajó en el Parque para José Antonio y tuvo su oportunidad en el ‘mega-local’. Con Marito, un vendedor nato con poco de cómics y Trapo piloteándola, las tardes en Santa Fe eran al menos muy divertidas hasta para el público. Este era -al menos de lunes a viernes- el elenco inicial del Club de Santa Fe.
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Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Leo Sciagosicci
sobre una idea de D. Accorsi