Postales
Postales
del ascenso, la gloria y el ocaso del Club
Por Leonardo Sciagosicci
Tercera Entrega:
1- Shotaro Primero
2- ¿Llegaron las yanquis?
3- Algunas hipótesis de la caída
1.. Y al principio fue Shotaro.
La primera persona que trabajó para el Club fue conocida como Shotaro. El funcionamiento del local en Valentín Gómez permitió –y necesitó- una persona extra que acompañara a los turnos rotativos de los cuatro fundadores. De entre las caras amigas que pululaban los puestos del Parque, Toni y José Antonio ya habían utilizado algunos domingos, los servicios de un confiable y atento joven que había sido rebautizado Shotaro. En su incesante distribución de apodos perdurables, El Momia –otro asiduo colaborador de los puestos del Parque- había descubierto que el joven llamado por sus padres Adrián, era igualito a un artista japonés que firmaba Shotaro Ishimori. Y la comparación, de hecho, lo que perdía en exactitud lo ganaba en gracia. El apodo “Shotaro” pegó y quedó. Durante varios años, muchas personas conocerían a Shotaro solamente por ese nombre.
Ahora volvemos al primer local propio del Club y encontramos a Shotaro atendiendo, ordenando, comprando las facturas y la coca. Nada para poner en un curriculum pero suficiente para entretenerse y llevarse unos pocos pesos a fin de mes en algo parecido a un trabajo, rodeado de amigos y cómics. Cuando el Club se mudó a la oficina de Callao, Shotaro pasó como empleado, con más horas y estrechó vínculos con muchos clientes-socios. El nuevo foco en la venta de material lo llevó a manejar más plata del local y el Diablo metió la cola. Poco a poco Shotaro comenzó a realizar tres cosas que en cierta medida llevarían al Club a su primera muerte, aunque no sean las únicas causas (ni en este orden): - chorear; lisa y llanamente meterse guita del local al bolsillo, seguramente en un principio de a muy poco y luego, engolosinado por lo fácil y lo imposible de ser descubierto, cantidades más importantes – armarse una cartera de clientes paralela; es decir, alejar a clientes del Club para venderle merca él, material que a veces conseguía barato en el local (sería naive pensar que nunca afanó una revista para hacer guita), o que adquiría por la suya a espaldas de sus jefes – y conspirar con otros personajes del círculo “de amigos” del Club para armar un negocio de venta paralela, con el know-how del local, los contactos tanto de proveedores como de compradores, que se vería plasmado en Dreams, la traición hecha comiquería. Ahí es cuando Shotaro se da vuelta, muestra su verdadera cara y quedan al descubierto estas artimañas. La oficina de Callao cierra y el primer empleado del Club se convierte en uno de los dueños de lo que será la competencia. Algún día hablaremos de la pesadilla de Dreams, basta agregar que no duró mucho, que los traidores se traicionaron y Shotaro volvió a un puesto del Parque con muchos menos amigos, menos confiable, menos atento y menos joven.
2.. De los muchos rituales que giraron en torno al trabajo en el Club, el más esperado y gratificante era sin duda la preparación de la suscripción de americanas. Cliente de la distribuidora estadounidense Diamond Comic desde los tiempos del ‘local de pesca’ -¿nunca lo mencionamos hasta ahora? bueno, ya lo visitaremos más adelante para los que no lo conocieron o no se acuerdan,- la llegada de “las yanquis” era un evento con una supuesta periodicidad pero con muchos factores de retraso, que convertían cada entrega en una especie de fiesta religiosa. Cuando los vuelos, las aduanas, los despachantes, los repartidores o los pagos parecían extender por siempre la espera, un extremadamente largo camión cargado de cajas se estacionaba sobre Montevideo (o la vuelta de Corrientes, más adelante) y una vez más comenzaba el ritual. Cualquiera fuese el local que recibía, lo primero era llevar las cajas al fondo y chequear que estuvieran todas las que decía el remito. En un principio eran pocas cajas de cómics... para el momento del apogeo, eran docenas y docenas de cajas de los más variados tamaños y contenidos.
Las cajas se apilaban cerca de una gran mesa, en las áreas no accesibles al público y poco a poco se abrían todas, prioritariamente las que evidentemente contenían revistas. Los innumerables títulos se iban acomodando sobre la mesa tratando de mantener los cómics de las mismas compañías- y familias- lo más cerca posible, apenas encimados unos sobre otros. Carpeta de suscripción en mano, decenas de bolsas se irían llenando con el material que los clientes habían reservado, mientras las cantidades de la mesa bajaban (previa separación del material para los dueños que –con algunas excepciones- se quedaban con una copia de cada cosa que había sobre la mesa... y a veces hasta con una copia de cada cosa de cada caja). Solía pasar ocasionalmente que faltara algún ejemplar para un suscriptor tardío, o que no alcanzaran para poner a la venta en las bateas, pero por lo general, el sistema funcionaba, los pedidos estaban hechos con criterio y las sobras de la suscripción se embolsaba y se ponía a la venta en las horas siguientes al proceso- casi siempre al día siguiente.
En orden alfabético desfilaban los apellidos de los clientes, desde el ratón que pedía un cómic hot hasta el suscriptor-amigo que tenía más de una carilla del cuaderno lleno de títulos con familias completas que paseaba por todas las compañías; del exquisito que se hacía traer la más extraña revista de ignotos autores independientes al verdulero que compraba casi a ciegas todas las revistas donde aparecía Spider-Man, por ejemplo. Santa Fe mandaba su propia lista y se le llenaba cajas para que luego repitiesen el proceso en su local para sus respectivos clientes. Además había locales chicos como suscriptores, de fuera de Capital, para los que se llenaban cajas y cajas de cómics que luego se despachaban por correo, mientras las bolsas se juntaban en las mismas cajas de Diamond donde habían venido las revistas para esperar a sus nuevos dueños bajo el mostrador de adelante. A veces un cliente ya sabía que habían llegado las americanas y hacía tiempo en el Club a la espera de su suscripción, y ni bien se llenaba su bolsa, ya podía pasar feliz por caja y llevarse los títulos que tanto ansiaba.
Coca y facturas (a veces pizza cuando se hacía la hora de cenar) mantenían funcionando entre bromas, comentarios nerds y cebamiento a los empleados y amigos que se volcaban al ritual tan periódicamente como era posible. La carpeta de suscriptores –herramienta fundamental para el proceso- fue engordando con el correr de las entregas, hasta que las promesas de “la semana que viene” se convirtieron en un mantra inverosímil y finalmente el material dejó de llegar. A nadie le debe haber dolido más que a Diamond, pero para el espíritu del Club, la pérdida del ritual de la llegada de las yanquis fue una clara señal de que algo estaba muerto. Y apestaba.
3.. Multiple Choice
¿Por qué se destruyó el Club? Mucha gente se pregunta eso y mucha gente cree tener la respuesta. Pero, como casi siempre, la respuesta no es una sola. Veamos algunas posibilidades que se han barajado, pero en un orden que no implica relevancia, ni veracidad, ni proporción de injerencia en la debacle,.
a) Mala suerte. Evidentemente, después de cinco años de vivir de un local que vende historietas y afines, si todo se viene abajo, la culpa la debe tener la mala suerte. Si de un puesto del Parque, unos jóvenes sin billeteras de padres bancándolos atrás lograron tener tres mega-locales y una distribuidora -que según el propio José Antonio tuvieron años de un millón de dólares de facturación,- es claro que la mala suerte los ha perseguido y que la injusticia se ensañó con ellos.
b) La situación económica general del país. En un país como Argentina, la economía siempre fue un factor volátil e imprevisible, pero Cavallo mediante, pudimos ‘disfrutar’ de una estabilidad en la paridad cambiaria de casi 10 años (período donde el Club creció hasta la cima y cuyo final no coincide con el desmoronamiento de la SRL). La situación económica que los favoreció para saltar del puesto del Parque (o la pieza de Valentín Gómez) a imponer la marca y la forma de vender todo lo relacionado con cómics en Argentina todavía estaba vigente cuando las grietas financieras del Club se hicieron evidentes. ¿Pueden los años de bonanza minar las bases de un negocio así? ¿Puede ser que un dólar estable arruinara a un negocio de importación? ¿Pudo pasar que la gente presintiese la debacle y dejara de comprar? Difíciles respuestas.
c) Una errónea política de selección de empleados. Para cuando empezaron los grandes temblores, el Club contaba con más de 25 empleados entre los locales y la distribuidora. La gran mayoría de ellos eran parte del círculo de “amigos-o-empleados-de-otro-lado” desde hacía años o venían del área “clientes-ascendidos-a-amigos”. Por supuesto nunca existió una política de entrenamiento, pero puede que la comiquería sea uno de esos pocos negocios donde esto no sea necesario. El criterio “lo conocemos, es confiable, no nos va a chorear” fue el más utilizado para tomar personal, sublimado por un “es amigo / pariente me va a informar todo lo que pasa aunque yo no esté”. ¿Puede ser un exceso de confianza o de delegar demasiado, la causa de que algunos empleados minaran las bases económicas de los locales? ¿Puede una mala atención por parte de empleados que sólo parecen activos cuando pasa el dueño a saludar, motivo del deterioro de un negocio de estas características? ¿Qué ingerencia en el alejamiento del público puede tener una elección de empleados que no tiene en cuenta el material que se vende? ¿Y si uno confía demasiado en esos amigos / parientes y traicionan esa confianza? ¿Alcanza eso para que se sacuda la estructura? Preguntas y más preguntas.
d) Una errónea política de compra de material. ¿Se compró demasiado de algo que no se pudo vender? ¿Se trató de vender muy caro y por ende la circulación de plata dejó de fluir? ¿Se decidió erróneamente no comprarle manga la distribuidora ‘rival’ a la espera de las posibles entregas de material similar desde España? ¿Se compraba más de los que se vendía? ¿Los pedidos de americanas llenaban bateas y cajas y estantes de la distribuidora pero no era lo que el público quería comprar? ¿Pasó algo de esto? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Llegamos al punto donde todo son preguntas y ninguna respuesta es suficiente.
e) Un descuido de las bases. Es comprensible que el dueño de una exitosa empresa no se ponga a trabajar en su fábrica, pero si el conocimiento de los dueños fue clave para el crecimiento de la empresa, ¿su falta no será clave para la caída? ¿Hubo una desconexión entre los fundadores y los mostradores? Esto se relaciona quizá con una posible política errónea a la hora de comprar material y con el exceso de “libertad” de algunos empleados; ante la poca presencia de los que realmente conocen el mercado y sin ‘el ojo del amo que engorde el ganado’, las bases se pudieron debilitar. El crecimiento –y la dependencia- de la distribuidora, ¿perjudicó a los locales? ¿Qué generó el hecho de ser distribuidor de la competencia y organizador del mega-evento del mercado? ¿Perdieron los dueños del Club una visión realista de la situación en detrimento de las bases del negocio? ¿Se podría haber evitado lo sucedido? Ajá, ahora ya estamos en terreno de los Elseworlds y los What If, donde las respuestas están fuera de continuidad.
f) Todas las anteriores. (O ninguna)
***
Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Ahora volvemos al primer local propio del Club y encontramos a Shotaro atendiendo, ordenando, comprando las facturas y la coca. Nada para poner en un curriculum pero suficiente para entretenerse y llevarse unos pocos pesos a fin de mes en algo parecido a un trabajo, rodeado de amigos y cómics. Cuando el Club se mudó a la oficina de Callao, Shotaro pasó como empleado, con más horas y estrechó vínculos con muchos clientes-socios. El nuevo foco en la venta de material lo llevó a manejar más plata del local y el Diablo metió la cola. Poco a poco Shotaro comenzó a realizar tres cosas que en cierta medida llevarían al Club a su primera muerte, aunque no sean las únicas causas (ni en este orden): - chorear; lisa y llanamente meterse guita del local al bolsillo, seguramente en un principio de a muy poco y luego, engolosinado por lo fácil y lo imposible de ser descubierto, cantidades más importantes – armarse una cartera de clientes paralela; es decir, alejar a clientes del Club para venderle merca él, material que a veces conseguía barato en el local (sería naive pensar que nunca afanó una revista para hacer guita), o que adquiría por la suya a espaldas de sus jefes – y conspirar con otros personajes del círculo “de amigos” del Club para armar un negocio de venta paralela, con el know-how del local, los contactos tanto de proveedores como de compradores, que se vería plasmado en Dreams, la traición hecha comiquería. Ahí es cuando Shotaro se da vuelta, muestra su verdadera cara y quedan al descubierto estas artimañas. La oficina de Callao cierra y el primer empleado del Club se convierte en uno de los dueños de lo que será la competencia. Algún día hablaremos de la pesadilla de Dreams, basta agregar que no duró mucho, que los traidores se traicionaron y Shotaro volvió a un puesto del Parque con muchos menos amigos, menos confiable, menos atento y menos joven.
2.. De los muchos rituales que giraron en torno al trabajo en el Club, el más esperado y gratificante era sin duda la preparación de la suscripción de americanas. Cliente de la distribuidora estadounidense Diamond Comic desde los tiempos del ‘local de pesca’ -¿nunca lo mencionamos hasta ahora? bueno, ya lo visitaremos más adelante para los que no lo conocieron o no se acuerdan,- la llegada de “las yanquis” era un evento con una supuesta periodicidad pero con muchos factores de retraso, que convertían cada entrega en una especie de fiesta religiosa. Cuando los vuelos, las aduanas, los despachantes, los repartidores o los pagos parecían extender por siempre la espera, un extremadamente largo camión cargado de cajas se estacionaba sobre Montevideo (o la vuelta de Corrientes, más adelante) y una vez más comenzaba el ritual. Cualquiera fuese el local que recibía, lo primero era llevar las cajas al fondo y chequear que estuvieran todas las que decía el remito. En un principio eran pocas cajas de cómics... para el momento del apogeo, eran docenas y docenas de cajas de los más variados tamaños y contenidos.
Las cajas se apilaban cerca de una gran mesa, en las áreas no accesibles al público y poco a poco se abrían todas, prioritariamente las que evidentemente contenían revistas. Los innumerables títulos se iban acomodando sobre la mesa tratando de mantener los cómics de las mismas compañías- y familias- lo más cerca posible, apenas encimados unos sobre otros. Carpeta de suscripción en mano, decenas de bolsas se irían llenando con el material que los clientes habían reservado, mientras las cantidades de la mesa bajaban (previa separación del material para los dueños que –con algunas excepciones- se quedaban con una copia de cada cosa que había sobre la mesa... y a veces hasta con una copia de cada cosa de cada caja). Solía pasar ocasionalmente que faltara algún ejemplar para un suscriptor tardío, o que no alcanzaran para poner a la venta en las bateas, pero por lo general, el sistema funcionaba, los pedidos estaban hechos con criterio y las sobras de la suscripción se embolsaba y se ponía a la venta en las horas siguientes al proceso- casi siempre al día siguiente.
En orden alfabético desfilaban los apellidos de los clientes, desde el ratón que pedía un cómic hot hasta el suscriptor-amigo que tenía más de una carilla del cuaderno lleno de títulos con familias completas que paseaba por todas las compañías; del exquisito que se hacía traer la más extraña revista de ignotos autores independientes al verdulero que compraba casi a ciegas todas las revistas donde aparecía Spider-Man, por ejemplo. Santa Fe mandaba su propia lista y se le llenaba cajas para que luego repitiesen el proceso en su local para sus respectivos clientes. Además había locales chicos como suscriptores, de fuera de Capital, para los que se llenaban cajas y cajas de cómics que luego se despachaban por correo, mientras las bolsas se juntaban en las mismas cajas de Diamond donde habían venido las revistas para esperar a sus nuevos dueños bajo el mostrador de adelante. A veces un cliente ya sabía que habían llegado las americanas y hacía tiempo en el Club a la espera de su suscripción, y ni bien se llenaba su bolsa, ya podía pasar feliz por caja y llevarse los títulos que tanto ansiaba.
Coca y facturas (a veces pizza cuando se hacía la hora de cenar) mantenían funcionando entre bromas, comentarios nerds y cebamiento a los empleados y amigos que se volcaban al ritual tan periódicamente como era posible. La carpeta de suscriptores –herramienta fundamental para el proceso- fue engordando con el correr de las entregas, hasta que las promesas de “la semana que viene” se convirtieron en un mantra inverosímil y finalmente el material dejó de llegar. A nadie le debe haber dolido más que a Diamond, pero para el espíritu del Club, la pérdida del ritual de la llegada de las yanquis fue una clara señal de que algo estaba muerto. Y apestaba.
3.. Multiple Choice
¿Por qué se destruyó el Club? Mucha gente se pregunta eso y mucha gente cree tener la respuesta. Pero, como casi siempre, la respuesta no es una sola. Veamos algunas posibilidades que se han barajado, pero en un orden que no implica relevancia, ni veracidad, ni proporción de injerencia en la debacle,.
a) Mala suerte. Evidentemente, después de cinco años de vivir de un local que vende historietas y afines, si todo se viene abajo, la culpa la debe tener la mala suerte. Si de un puesto del Parque, unos jóvenes sin billeteras de padres bancándolos atrás lograron tener tres mega-locales y una distribuidora -que según el propio José Antonio tuvieron años de un millón de dólares de facturación,- es claro que la mala suerte los ha perseguido y que la injusticia se ensañó con ellos.
b) La situación económica general del país. En un país como Argentina, la economía siempre fue un factor volátil e imprevisible, pero Cavallo mediante, pudimos ‘disfrutar’ de una estabilidad en la paridad cambiaria de casi 10 años (período donde el Club creció hasta la cima y cuyo final no coincide con el desmoronamiento de la SRL). La situación económica que los favoreció para saltar del puesto del Parque (o la pieza de Valentín Gómez) a imponer la marca y la forma de vender todo lo relacionado con cómics en Argentina todavía estaba vigente cuando las grietas financieras del Club se hicieron evidentes. ¿Pueden los años de bonanza minar las bases de un negocio así? ¿Puede ser que un dólar estable arruinara a un negocio de importación? ¿Pudo pasar que la gente presintiese la debacle y dejara de comprar? Difíciles respuestas.
c) Una errónea política de selección de empleados. Para cuando empezaron los grandes temblores, el Club contaba con más de 25 empleados entre los locales y la distribuidora. La gran mayoría de ellos eran parte del círculo de “amigos-o-empleados-de-otro-lado” desde hacía años o venían del área “clientes-ascendidos-a-amigos”. Por supuesto nunca existió una política de entrenamiento, pero puede que la comiquería sea uno de esos pocos negocios donde esto no sea necesario. El criterio “lo conocemos, es confiable, no nos va a chorear” fue el más utilizado para tomar personal, sublimado por un “es amigo / pariente me va a informar todo lo que pasa aunque yo no esté”. ¿Puede ser un exceso de confianza o de delegar demasiado, la causa de que algunos empleados minaran las bases económicas de los locales? ¿Puede una mala atención por parte de empleados que sólo parecen activos cuando pasa el dueño a saludar, motivo del deterioro de un negocio de estas características? ¿Qué ingerencia en el alejamiento del público puede tener una elección de empleados que no tiene en cuenta el material que se vende? ¿Y si uno confía demasiado en esos amigos / parientes y traicionan esa confianza? ¿Alcanza eso para que se sacuda la estructura? Preguntas y más preguntas.
d) Una errónea política de compra de material. ¿Se compró demasiado de algo que no se pudo vender? ¿Se trató de vender muy caro y por ende la circulación de plata dejó de fluir? ¿Se decidió erróneamente no comprarle manga la distribuidora ‘rival’ a la espera de las posibles entregas de material similar desde España? ¿Se compraba más de los que se vendía? ¿Los pedidos de americanas llenaban bateas y cajas y estantes de la distribuidora pero no era lo que el público quería comprar? ¿Pasó algo de esto? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Llegamos al punto donde todo son preguntas y ninguna respuesta es suficiente.
e) Un descuido de las bases. Es comprensible que el dueño de una exitosa empresa no se ponga a trabajar en su fábrica, pero si el conocimiento de los dueños fue clave para el crecimiento de la empresa, ¿su falta no será clave para la caída? ¿Hubo una desconexión entre los fundadores y los mostradores? Esto se relaciona quizá con una posible política errónea a la hora de comprar material y con el exceso de “libertad” de algunos empleados; ante la poca presencia de los que realmente conocen el mercado y sin ‘el ojo del amo que engorde el ganado’, las bases se pudieron debilitar. El crecimiento –y la dependencia- de la distribuidora, ¿perjudicó a los locales? ¿Qué generó el hecho de ser distribuidor de la competencia y organizador del mega-evento del mercado? ¿Perdieron los dueños del Club una visión realista de la situación en detrimento de las bases del negocio? ¿Se podría haber evitado lo sucedido? Ajá, ahora ya estamos en terreno de los Elseworlds y los What If, donde las respuestas están fuera de continuidad.
f) Todas las anteriores. (O ninguna)
***
Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Leo Sciagosicci
sobre una idea de D. Accorsi
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