domingo, 17 de enero de 2010

POSTALES

Postales
del ascenso, la gloria y el ocaso del Club


Por Leonardo Sciagosicci
Segunda Entrega:
1- Introducción
2- Geografía del terror
3- Cerca de la masacre
4- Tu parte de entre la mierda

1.. Una pregunta que nos han hecho lectores interesados en participar, es “¿cómo se fracciona la historia?, ¿cómo sé a qué período corresponde mi anécdota?”. La respuesta no es fácil, pero tampoco fundamental a la hora de enviar las puntas de una postal. De todas formas, abordemos un trabajo más minucioso, antropológico, casi arqueológico y busquemos los puntos de inflexión que dividen las etapas de crecimiento, cima y hundimiento de esta verdadera vaca de los huevos de oro. Y sí, digo vaca, porque de una gallina algún demente o alguien muy fantasioso podría esperar un huevo de oro. En el caso de una comiquería, su éxito ya necesitó romper todas las leyes de la Naturaleza y la lógica.
La fase inicial comienza cuando cuatro jóvenes que se van haciendo amigos en el Parque Rivadavia se unen para alquilar su material en una biblioteca de historietas, mancomunados por ideas como leer más cómics, comprar más cómics, sacar provecho de la cantidad descomunal de cómics que cada uno poseía –para aquel entonces no hacía falta mucho para impresionar, estamos apenas en la segunda mitad de la década del ’80- y porqué no, brindar una función social a otros amantes de la historieta como ellos. El camino es duro, pero podemos marcar como final de este ascenso ímprobo y riesgoso el momento en que abre una mega-sucursal sobre la avenida Santa Fe (fines del ’95). Ahí está. Ya no es un local que vende cómics. Ya es una cadena exitosa que impuso su marca, con una facturación envidiable y toneladas de clientes del palo, a los que se sumarán en la nueva etapa los transeúntes externos del circuito que descubren una vidriera novedosa en un punto caliente del comercio porteño.
Ahora bien, ¿dónde cabe señalar el fin de esta etapa de auge y bonanza? ¿Cómo saber exactamente cuándo comienza la cuesta abajo si las causas venían subyacentes durante mucho tiempo, y sus efectos pudieron ser tapados durante tanto otro? Podemos teorizar que el año 2000 fue la bisagra hacia el abismo, cuando ya era evidente que el modelo de triple mega-local con distribuidora propia y decenas de empleados, “retiro de la caja, anotá por ahí” dejó de ser sustentable. Quizás el Fantabaires de diciembre de ese año (el de Lou Ferrigno, ¿se acuerdan?) puede ser un momento más preciso, donde comenzó a notarse que la brillante corona del Rey José Antonio estaba mal remendada y se descascaraba y los acreedores exigían cumpliera con los pagos. La situación del país también pone proa a la proverbial Lona y todo el mercado del cómic será arrastrado a las profundidades en unos meses. Pero en esto también el Club fue pionero.
La tercera –la más corta y triste etapa- abarcaría desde ese fatídico y presagioso Fantabaires hasta las mudanzas –casi simultáneas- de los locales de Corrientes y Santa Fe a calles secundarias, con el cambio de razón social y la desaparición del Club como una SRL unificada, mes más o mes menos, coincidente con la disparada cambiaria y el desmoronamiento de principios 2002.
Estas aproximaciones están para ser debatidas. Ahora pasen, estamos abiertos.

2.. Viajemos por el Tiempo y el Espacio. Vamos a Buenos Aires, a pocas cuadras de la estación de trenes de Once, pero no hacia la zona comercial. Vamos a esa parte vieja de la ciudad, casi oculta, de Pueyrredón para el oeste entre Rivadavia y Corrientes. Para el lado del Abasto, y no del Abasto actual. Estamos a fines de los ‘80s y ese barrio es tierra de nadie. Vemos un caserón viejo de aspecto descuidado, frente típico de una construcción porteña de la primera mitad del siglo XX. Década del ’40, generosamente. Sin limpiar desde aquella época. Nadie se detendría a verla y a nadie la llamaría la atención. Podemos ver una gran ventana con un ficticio balcón que casi no sobresale, cuya persiana está siempre cerrada con candado y al lado, una puerta alta que, cuidada y con onda, hoy podría decírsele ‘art nouveau’. Entremos. Un pequeño pasillito recibidor con menos luz de la necesaria y cierto aire fresco nos indican que la casa está habitada y ventilada. Caminamos unos pasos y una escalera quizá más vieja y descuidada que la casa puede conducirnos a las habitaciones principales o al misterio. No nos incumbe la planta alta. Pasamos a una sala distribuidora, una habitación de 3 por 3, con la escalera a nuestra derecha, en frente, una pared enteramente vidriada que deja pasar la luz que viene de un patio y dos puertas amplias que nos conducirán a otras habitaciones a la izquierda. Aquí –y en la habitación que no mira a la calle- funciona el Club. Sensorialmente no es gran cosa. Hay muy poco para ver exceptuando algunas revistas mal exhibidas en muebles que podrían pertenecer a un museo si estuviesen medianamente cuidados (no es el caso). La luz entra principalmente del ventanal por el que puede verse un largo patio que funciona a la vez de pasillo descubierto hacia más habitaciones y seguramente a un baño, como eran las casas antiguas. El penetrante olor nos obliga a imaginar al abandonado patio poblado de animales. Mínimo un perro y un gato. Se abre la puerta de la habitación que desaprovecha el balcón del frente. La oscuridad es más intensa, fragmentada por estática de televisores blanco y negro y una oleada de calor acompaña al hijo del dueño de la casa que allí tiene su taller de reparación de electrodomésticos. A pesar de su aspecto poco ‘funnie’, como es gordito y tartamudea un poco, los ocurrentes chicos del Club se refieren a él como Porky. Su habitación está off-limits para todos excepto para él. Se sospechaba que además de reparar aspiradoras mantenía cautivos y torturaba prisioneros.
Nos queda una habitación por mirar. El corazón del local en esta encarnación. Allí se encuentra la biblioteca, La Biblioteca. Toneladas de papel impreso con material de variada calidad, procedencia, valor y hasta dueño. Tres paredes cubiertas de estanterías metálicas repletas de historietas.
Un cliente puede entrar y llegar a la sala repartidora, mirar el poquísimo material a la venta e irse sin descubrir jamás a ningún ser vivo, sin enterarse de que en esta última habitación de 4x4, techos altos y pisos de madera hay una presencia constante de al menos cuatro personas amantes de los cómics en torno a una mesa grande, con una botella de Coca y revistas. Quizá están enfrascados en una discusión sobre los efectos -y defectos- de Crisis, probablemente estén charlando de fútbol, pero seguramente deben estar jugando al tute. Si ese cliente tuviese muchísima mala suerte, podría llegar a cruzarse con el dueño de la casa. Pero ese capítulo se titularía La Biología del Terror.

3.. Durante fines de los 90’s, mucha actividad política se desarrolló a través de manifestaciones multitudinarias en las calles porteñas. El circuito Plaza de Mayo-Plaza de los dos Congresos-Callao-Corrientes-Obelisco se convirtió en un clásico... para desgracia de los poseedores de locales sobre dicho recorrido. Noche de calor, los locales cierran antes sus persianas porque el programa dice que hoy hay marcha de la Izquierda y la mano viene brava. A la hora de cerrar, dentro del inmenso Club de la avenida Corrientes hay cuatro personas. Alguno será empleado fijo, alguno franquero (o refuerzo, o suplente), alguno amigo, quizá, que pasaba por ahí y hacía al aguante. Dos de ellos salen por la pequeña puerta metálica de la cortina ciega y van a comprar algo para tomar. Si tienen que quedarse dentro hasta que pase la multitud, por lo menos deben aprovisionarse para resistir. Dentro se ordena el local, Nico hace la caja, se barre, y el ruido de los bombos y los cánticos van en aumento. Por supuesto, un local cerrado no tiene timbre y todavía no aparecieron masivamente los celulares al punto de reemplazar al portero-eléctrico. Los chicos que vuelven con las bebidas empiezan a golpear la puerta y a gritarle a los de adentro. El bardo aumenta y sacuden la persiana. Por fin les abren la puertita al grito de “¡Cortala! ¡Cortala, hijo de puta!”. Adentro reina un clima distendido y ameno, contrastando con el malestar político de las hordas que pasan a metros por la calle y la vereda de la avenida. Pero el ruido va aminorando. La marcha prosigue hacia el Obelisco, su ruta. Ya está todo dispuesto para abandonar el local. El Gordo Agüero abre la puertita y saca la cabeza para tomar la calle. Bonelli va atrás casi empujándolo como si fuese un scrown de rugby. Pero el Gordo se frena. Ahora parece que el equipo contrario empuja más fuerte. Agüero vuelve a entrar en silencio y pálido con una escopeta recortada fija delante de su cara. En cuanto queda un poco de espacio, tres hombres armados entran enfurecidos al local al grito de “¡Todos al suelo, carajo!”. “¡Manos arriba o te quemo!”. El gordo que de por sí es blanquito, estaba más pálido que un papel. El primero que reaccionó fue Micky, muy conciliador: “Está bien, está bien, tranquilos, todo bien”. Uno de los ‘invasores’ pasó a la parte de atrás mientras preguntaba “¿Dónde la tienen? ¿Dónde está?”. “No se hagan los pija porque los quemamos a todos, ¿cuántos son?”. Parecía que Micky era el único que no había perdido el don del habla y llevaba fríamente la conversación, bien tranqui ante una situación que parecía a centímetros de una masacre. Trataba de convencerlos de que nadie tenía armas (ya los habían cachado a todos, arrodillados en el piso con las manos tras la nuca), que no había nadie más que ellos y que no iban a oponer ninguna resistencia. Siguieron entrando personas, pero ahora eran uniformados. La confusión parecía ir en aumento. Todos gritaban órdenes, preguntaban –y no precisamente el precio de un taco de Zinco-; todos excepto los cuatro azorados jóvenes que no sabían que el empleado del quiosco a metros de la entrada del Club había escuchado los ruidos de la entrada de los chicos y había denunciado un robo y un intento de asesinato por la frase “cortala, cortala”. Todos esos personajes armados eran efectivos de civil de la policía que tardaron en convencerse de que los cuatro chicos que estaban dentro del Club no eran ni ladrones ni asesinos, sino, por el contrario, los responsables del local. Dicen que el Gordo Agüero siente el frío del metal en la cara y empieza a transpirar o temblar de sólo acordarse aquella noche tan cerca de la muerte.

4.. “_Ya firmé todos los papeles, ya dejé que me cagaran la antigüedad como empleado, ¿qué más querés? –monologaba el Negro Mario. –Entiendo que las cosas estén mal, pero si me vas a rajar así... yo soy dueño en parte, ¿no podemos hablarlo? No puede ser que una decisión tan importante sea así, ‘listo, chau’. Yo los banqué siempre, les conseguí guita prestada de mi vieja y de mi compadre y ahora, puf, se esfumó el Club y si te he visto no me acuerdo. Puse mi casa, la casa donde vive mi vieja, de garantía del local, ¿y ahora me dejás en la calle? ¿No acepté yo que como las cosas no iban bien me arremangaba y laburaba más por lo mismo? ¿No te banqué cuando me dijiste que cambiaba la sociedad y de ahora en más empezaba todo de cero? Entiendo que estés mal, pero no me tires a cagar así. Jamás hubiera esperado algo así de vos. Somos amigos desde hace ¿cuánto? ¿quince años? Doce, ponele. No me podés hacer esto, es una guachada. Ayer cuando me lo planteaste me dijiste vení mañana a llevarte tu porcentaje, pero ayer era un local como la gente y mirá ahora... Se pasaron toda la noche llevándose todo lo decente del local y dejaron la mierda. Es una turrada. No hay un cómic digno. Quedó lo invendible, lo que está cien veces en distribuidora, todos los clavos. ¿De esto tengo que llevarme mi porcentaje? Yo sé qué material había en el depósito, yo cargué las dos mudanzas y ahora faltan toneladas de cosas. ¡Este no es el Club de Santa Fe que yo ayudé a abrir y en el que trabajé los últimos... ¿ocho años? ¿siete? Seis, ponele. No sean hijos de puta, me deben guita, me expulsan de la sociedad sin más, y ahora me dan a elegir un porcentaje de la mierda. ¿Y de las deudas se hace cargo José? ¡Pará!”- Afligido Fin.

***
Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que escribirnos a leoleetumail@gmail.com y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir.
No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.
Leo Sciagosicci
sobre una idea de D. Accorsi

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