martes, 15 de diciembre de 2009

POSTALES

Postales

del ascenso, la gloria y el ocaso del Club

Por Leonardo Sciagosicci

Primera Entrega:

1- Introducción

2- Gracias, Graciela

3- El mejor trabajo del mundo

4- Empaquetador empaquetado

1.. Hay muchos fenómenos dignos de estudio en el mundo del cómic, dentro de las páginas impresas, dentro de las editoriales que las publican, de los autores que las realizan, hasta de los negocios que las venden. El desarrollo, éxito y posterior caída del Club (no hace falta decir más, todos saben a qué nos referimos) fue un fenómeno que se desenvolvió a lo largo de más de quince años y que merece una mirada incisiva. Paralelo al crecimiento, auge y catástrofe del mercado del cómic yanqui (y en cierta medida, también de las convenciones), la historia del Club es tan vasta como polémica. Cada persona tuvo su acercamiento al fenómeno –muchos aún hoy siguen orbitando sus rescoldos- aunque sea con el más frío de los espaldarazos, pero es innegable su importancia en una mirada del mercado de esos años y -para quienes vivimos todo el proceso de cerca,- su riqueza a la hora de desenterrar postales. Esta sección no es más que eso. Una mirada al pasado, a un fenómeno, a una historia que se hace ficticia y con minúscula, en tanto y en cuanto tiene un narrador que acercará fetas del tiempo filtradas por su memoria y su subjetividad. Sin intención de agredir o de hacer publicidad, simplemente postales de una manifestación que fue mucho más allá de lo comercial, para explorar, entender y entretener.

2.. “Otro más...”- piensa Graciela y aprieta los puños con bronca. “Toda la tarde subiendo y bajando, ¿cuánto habrán facturado ya?”. No lo puede creer. Ella les prestó un lugarcito muerto donde apilaba libros viejos y estos pendejos salames están haciendo un negoción. “En MI negocio. ¿Y yo que gano? Nada. Entran, saludan y suben. La plata se la llevan ellos”. De entrada le había parecido algo tan inocuo, tan estúpido. ¿Alquilar historietas? ¿Quién puede pagar por leer una historieta?. “¿Y si les empiezan a vender? Ellos tienen material, venden en el Parque, quizá están vendiendo a mis espaldas. Ese no fue el acuerdo, eh. A mí no me van a pasar, estos taraditos. La única que puede vender soy yo. Y la verdad es que cada cosa que consigo desparece. Hay público para muchas más historietas que las que compro de España. Pero- y siempre hay un pero- ¿si estos siguen alquilando una y otra vez las mismas revistas, no atenta eso contra mi negocio de vender ese material? A primera vista no, porque yo no tengo a la venta ese material, pero bueno, si hay interesados en pagar por leer historietas, yo podría sacarles plata vendiéndoselas, qué tanto. Sí, esto se tiene que acabar. Ya estoy podrida de estos taraditos que leen superhéroes y vienen acá como si esto fuera un club social... Ellos son buenos chicos, pero no puedo albergar a mi competencia en el entrepiso de mi local. No señor. Tengo que empezar a traer más mercadería yo y aprovechar que los que leen este material ya conocen el negocio para sacarles provecho. Aunque se me llene el local de taraditos que creen que el hombre puede volar”.

3.. Memo acababa de ser transferido del local de Lavalle al de Santa Fe. Estaba por terminar su primer día y compartía mostrador con Trapito. Más allá, cerrando la caja, estaba Rafael, uno de los dueños, encargado de esa sucursal. Ante la habitual reserva de Memo, Trapito –por el espantapájaros de García Ferré, nada de transexual,- decodificó que estaría nervioso o intimidado.

-No te preocupés, Memo. Está todo bien. Estás en el mejor trabajo del mundo.- ante la cara de incredulidad del recién llegado, Trapo agregó: Mirá esto- y gritó hacia la caja: “¡Rafa, chupame un huevo, pelotudo!”. Su empleador y amigo lo miró, le hizo un gesto de indiferencia y siguió con lo suyo. -¿Ves?- dijo Trapito nuevamente a Memo,- ¿en qué otro trabajo del mundo vas a poder putear así a tu jefe y seguir como si nada?

4.. Primera hora de la mañana y el timbre de la distribuidora suena insistentemente. El Negro Jorge abre la puerta y ya sabe quiénes son. Vienen a cobrarle a José. Otra vez. Pero estos ya no aceptan chamuyo. Están muy enojados y quieren una solución ya. Aunque sea entretenerse rompiéndole la cara al tipo que los cagó.

-Mirá, sabemos que José Antonio está acá, y hoy él tiene que...

-No, no, hoy no vino- miente el Negro.

-¿No vino? Entonces estará al caer, ¿no?

-Eh... puede ser.

-Bueno, lo vamos a esperar acá.

-Pero no, ¿por qué no lo llaman y...?

-Ya lo llamamos mil veces, ya nos pedaleó mil veces, esto se acaba hoy. De acá no nos movemos hasta que no aparezca José Antonio y nos dé lo que nos debe.

-Bueno, eh... póngase cómodos- Jorge les señala unas pilas de tacos de sobras de Zinco para que usen de banquitos.- Espérenlo tranquilos. Nosotros tenemos que seguir laburando.

-Andá, andá a avisarle a tu jefe que estamos acá. Cuando salga vamos a estar acá esperándolo, decile.- y el Negro Jorge siguió con sus quehaceres. Un ratito.

Las oficinas estaban en el primer piso del galpón de Donato Álvarez que hacía de distribuidora y José estaba –efectivamente- en su oficina.

-Están ahí clavados y saben que estás acá.- le explicaba Jorge a su jefe en voz bien baja-. ¿Vas a dar la cara?

-Me la sacan. Esta vez no puedo. Tengo que solucionar una cosa antes, necesito tiempo.

-Tenés hasta que cerremos. No se van a ir, José.

-Ellos no... ¿Tenemos algún pedido pendiente para algún Club?

-Uno chiquito para el de Santa Fe. Lo va a llevar Timo en bondi...

-No. Llamá a los de la fletería que tienen Traffics. Prepará urgente el pedido para Santa Fe.

- Ya lo tengo casi listo, son dos boludeces, no hace falta...

-Vos llamá, y traeme la caja grandota de muñecos de McFarlane de ahí arriba.

Extrañado y divertido, el Negro comenzó a cumplir las órdenes de su jefe, aún a sabiendas de que nadie había pedido esos muñecos. Esa sonrisa en la cara ya se la conocía de años de tute y fútbol. José tenía una carta bajo la manga.

En la recepción, dos de los tres pacientes ‘ajustadores de cuentas’ toman mate con Timo, mientras él prepara pedidos chicos. El tercero vigila en la vereda mascullando rabia y asomado al portón del depósito para asegurarse de que su deudor no pueda salirse con la suya. Que no pueda salir. En eso estaciona una Traffic en la vereda y el Negro Jorge viene con esa especie de carretilla cargada con una pila de cajitas sobre una enorme. Con ayuda del chofer las meten en la parte trasera y arranca con destino al Club. Jorge se queda charlando con el ansioso y amenazador cobrador en la vereda un rato y después vuelve a sus quehaceres. Durante la hora del almuerzo, le ofrecen algo a los muchachos, pero no aceptan. “Queremos a José Antonio en bandeja. Decile a esa rata que baje y le pagamos el almuerzo”- ofrece el más afectado del grupo. El Negro insiste con que no está, ellos que sí, hasta que empieza a oscurecer y Timo y Jorge empiezan a apagar las luces.

-Mirá, nosotros nos tenemos que ir, ustedes no sé, ¿se quieren quedar en la puerta?- le ofrece a los cobradores Jorge.

-¡No puede ser, la concha de la lora! ¡José Antonio está ahí adentro!

-¿Quieren pasar a buscarlo?- dice Timo como un chiste y los tres adeudados no dudan un instante.

-Vamos, dale.

A Jorge no le gusta ni medio, pero acepta con una condición-... si no está, nos vamos rápido y listo, ¿está bien?

Uno de ellos se quedó en la vereda cuidando las salidas, uno revisó la planta baja con Timo y el otro las oficinas con Jorge. José no estaba.

-¡Me recontra cago en José Antonio y la reputa que lo parió!

-Yo te dije que hoy no vino- agregó el Negro con una sonrisa tallada-, ahora vamos, que tengo que cerrar. ¿Quieren venir mañana?

Ustedes ya se deben imaginar lo que pasó. Lo que no se imaginan es la cara del chofer de la Traffic cuando, en la esquina de la distribuidora, José Antonio salió de adentro de la enorme caja de muñecos de Spawn.

***

Quien quiera hacernos llegar su postal del Club, no tiene más que avisarnos en este espacio y nos contactaremos con ustedes para averiguar más sobre ese momento del Club que ustedes quieren compartir (PERO NO LA CUENTEN AHORA!).

No hace falta que esté narrada, cuéntennos a grandes rasgos la anécdota y vía mail intercambiaremos data para armar nuevas postales y figurarán como co-autor, o como personaje dentro de la anécdota o anónimamente, como ustedes prefieran. No hace falta que sea un gran momento o un hecho relevante, simplemente una pequeña circunstancia que hayan vivido en el Club que recuerden –por lo bueno, por lo malo o por lo bizarro- y crean que se pueda compartir a manera de postal. Vamos, esa es la forma de participar en esta entrada del blog. Esperamos su material para nuevas postales.

Leonardo Sciagosicci

sobre una idea de Diego Accorsi

No hay comentarios: